La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

domingo, 23 de octubre de 2016

Bello


Repaso el álbum familiar y me topo con una serie de imágenes que deben datar de los años cincuenta. Muestran un grupo de muchachos (por aquellos días seguramente los llamarían «pollos pera») posando en actitud informal ante la cámara. Visten de forma muy atildada, van peinados con brillantina y tienen aspecto de querer comerse el mundo. Están en el Parque, en la zona que hay frente al Instituto. No hará ni dos años que salieron de allí con su título de bachiller bajo el brazo. Uno de ellos es mi padre. Otra de las caras que sonríen a la cámara es la de mi tío Paco, que acaba de comenzar su carrera en Murcia. Los otros no me resultan familiares y le pido a mi padre que me los nombre. «Este de aquí es Pepe Sánchez de la Rosa». «¿Y el de las gafas redondas?» «¡Ah, ese es Ramón Bello Bañón!». El maestro Sánchez de la Rosa, a quien tuve la suerte de conocer, murió hace tres años. Con Ramón Bello (compañero en estas páginas de opinión, poeta laureado, abogado de prestigio, alcalde y gobernador civil) creo que nunca tuve ocasión de hablar. Lo he visto caminar muchas veces por Albacete, casi siempre en compañía de su esposa, erguido como un sable, con cierto aire decimonónico y marcial, observando con atención y cariño las calles de esta ciudad que tantas veces ha servido de inspiración para sus artículos y poemas. Era un señor que parecía envuelto en el aire de otros días. Ramón Bello Bañón ha fallecido esta semana. Y ahora lamento no haberme acercado nunca a presentarme como el hijo de su antiguo condiscípulo, Gabriel Cebrián, para intercambiar unas palabras con él. La muerte de los coetáneos de mi padre me deja cierta sensación de orfandad anticipada. Ellos construyeron la ciudad que hoy conocemos. Cuando el último nos haya dejado, Albacete ya no podrá ser la misma.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 21/10/2016

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