La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

sábado, 23 de julio de 2016

El pudridero


Aprovechando que las temperaturas dieron un respiro, el fin de semana pasado anduve por Madrid, donde siempre hay cosas interesantes que ver y hacer. Esta vez le tocó al Bosco, esa especie de Dalí renacentista de cuya muerte se han cumplido 500 años. Acto seguido, por no cejar en la vena surrealista, mi amiga y yo visitamos la exposición de Cuarto Milenio, el programa de Íker Jiménez, de quien ella se declara una gran admiradora. A pesar de mi reticencia, reconozco que la visita fue entretenida, y que me llevé conmigo una buena colección de fotos para comentarlas más tarde con mi hijo, aficionado como yo a hacer coñas a costa de esas patrañas esotéricas y macabras. Pero lo macabro de verdad lo vivimos el domingo, cuando visitamos el monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Como todo el mundo sabe, allí es donde están enterrados los reyes de España, desde el emperador Carlos hasta Alfonso XIII. Lo curioso es que, a diferencia de lo que yo pensaba, los augustos fiambres no pasan directamente al mausoleo real, sino que antes se les somete a una especie de purgatorio terrenal denominado «el pudridero», cuyo nombre explica perfectamente su función. Al cabo de varios lustros de permanencia en dicha estancia (poco glamurosa, al parecer) la momia egregia cabe mucho mejor en los pequeños cofres que se depositan en el mausoleo propiamente dicho. Resulta curioso que todos esos Austrias y Borbones no dispongan de más espacio para que sus cuerpos puedan reposar con cierta holgura, sin ese proceso previo de desecación y compactación, pero se trata de una servidumbre de la monarquía española que incluso el bon vivant del rey emérito tendrá que padecer. A pocos kilómetros de allí hay otro pudridero mucho más amplio donde descansan otros difuntos célebres, pero de esos ya hablaremos otro día.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 22/7/2016

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