La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

lunes, 18 de abril de 2016

De niños y móviles





He observado un curioso fenómeno en las últimas presentaciones literarias a las que he asistido. Me refiero al número creciente de personas que olvidan apagar sus móviles. Lo de que las presentaciones y otros eventos sean amenizados por auténticas serenatas de tonos de llamada se ha vuelto tan habitual que, más que indignación, tiende a provocarnos indulgencia. No hay más que observar el apuro del propietario del dispositivo mientras se afana por dar con la combinación de teclas adecuada para silenciar la musiquilla. Con todo, sigo pensando que dar lugar a semejante situación constituye una gran falta de respeto y de urbanidad que debería castigarse de algún modo, por ejemplo con una lluvia de collejas administrada por las personas que rodean al culpable de la transgresión, con el toque final de un suave insulto pronunciado por el orador (con un «imbécil» o un «gilipollas» bastaría). Mucho más compleja y difícil de abordar es la tesitura de quien se hace acompañar de niños a las presentaciones, y luego permite que los infantes prorrumpan en toda suerte de sonidos inarticulados, exclamaciones y llantinas. En dichas circunstancias uno no puede dejar de invocar a Herodes, aunque por lo bajini, porque ya se sabe que los niños son sacrosantos, y su inviolabilidad se extiende a los adultos que los acompañan y les permiten hacer de las suyas. Es cierto que, a diferencia de un dispositivo móvil, el niño no posee un botón que permita desconectarlo. Sin embargo, puesto que hoy mismo presento mi nueva novela, aprovecho la ocasión para recordarles a los papis la posibilidad de dejarse al pequeñín en casa o, en el peor de los casos, de tomarlo en brazos al primer amago de llanto y largarse con él a tomar por saco.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 15/4/2016

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