Esta despedida del verano astronómico que hemos disfrutado,
tan tibia y soleada, mitiga la melancolía que sentimos en esta época del año.
Nos consta que a partir de ahora todo ira a peor. Los días que se avecinan
serán cada vez más cortos, más oscuros y fríos, y los rigores invernales nos
aguardan a la vuelta de la esquina. Por eso no viene nada mal este veranillo
que nos han consentido los azares de la meteorología, el consuelo de disfrutar de
esta luz que posee la triste belleza de las cosas que se acaban. Hay quien me
tiene por un tipo algo quejica. Hasta puede que en esta columna haya dado
pruebas de ello. Sin embargo, algo que nunca me ha molestado es el tránsito de
las estaciones. Es más, creo que tiene algo de reconfortante el hecho de
saberse pasajero y habitante de este descomunal reloj que es nuestro planeta
orbitando en torno a su estrella. La Tierra emplea 365 días, 6 horas, 9 minutos
y 10 segundos en completar su giro en torno al Sol, y durante este tiempo las
estaciones se sucederán como siempre lo han hecho, con independencia de los
albures de la meteorología, una perfecta coreografía cósmica en la que todos
estamos embarcados. En 1977, la sonda espacial Voyager 1 tomó la primera foto
de la gran familia terrestre, una imagen completa de nuestro planeta y de su
satélite. En 1990, la Voyager volvió a fotografiar la Tierra a 6.000 millones
de kilómetros de distancia, y esta vez éramos apenas un puntito azulado sobre
un fondo negro salpicado de estrellas. La terrible precariedad de nuestras
vidas humanas se me antoja un hecho insignificante al pensar en estas
dimensiones. Puede que la idea sea algo tonta, pero ¿saben? a mí me consuela.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 2/10/2015