Acabo de comprobar que llevo ocho años escribiendo
esta columna. No guardo los recortes de mis artículos, pero suelo publicarlos
también en un blog de internet, lo que me permite mantener un registro de los
temas que he abordado. Después de ocho años, he llegado a la conclusión de que
no sé sobre qué escribir, lo que resulta incómodo para el autor de una columna
semanal. Esto puede resultar difícil de creer teniendo en cuenta que vivimos en
un país donde la opinión se ejerce sin moderación alguna y en todos los ámbitos
de la vida, ya sea en la barra del bar o en la cola del supermercado. Basta con
encender la televisión para sufrir un auténtico chaparrón de puntos de vista, y
si la tarea principal del periodista consistía antes en informar, la figura
predominante hoy en día ya no es la del informador, si no la del opinador
profesional, lo que para mí es la variedad más insufrible del estomagante. Para
más inri, en este país de nuestras entretelas no escasean los temas sobre los
que rajar a gusto. Con el culebrón del movimiento independentista catalán,
solamente, hay quien está abastecido para meses o años. Yo, sin embargo,
parezco vivir en una especie de limbo en el que la indiferencia es la nota
predominante. La pregunta es ¿qué hace un tipo como yo en la sección de opinión
de un periódico? Últimamente le he dado muchas vueltas a esta cuestión. Tal vez
la respuesta sea que guardarse de opinar sea una forma perfectamente legítima
de conducirse. Tal vez la concentración de sinvergüenzas y gilipollas se haya
vuelto tan alta que la indignación haya acabado por saturar nuestras vidas, y
la indiferencia sea la única forma viable de tolerar la condición de ser un
ciudadano de este país.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 9/10/2015
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