La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

lunes, 3 de agosto de 2015

Bibliotecas


Hace unos años, tras la muerte de un familiar cercano, me vi obligado a vaciar su casa de muebles y otros enseres. Lo más doloroso fue deshacerme de sus libros. Conservé unos pocos por motivos sentimentales, pero el resto se vendieron prácticamente al peso. Y yo me sentí como si estuviera cometiendo una traición. Construimos nuestra biblioteca durante toda la vida, laboriosamente, y al final descubrimos que ese montón de libros de orígenes dispares ha adquirido sentido, tal vez porque todos juntos cuentan una historia. Nuestra historia. Si decidiéramos ordenar nuestros libros según su fecha de adquisición, el resultado sería parecido a escribir nuestras memorias. Yo mismo lo compruebo en estos momentos. Repaso con la vista los estantes de mi biblioteca y raro es el libro que no trae recuerdos muy vívidos consigo. Esa edición ilustrada de los cuentos de Andersen era la que mis padres me leían cuando yo aún no sabía leer. Esa novela de Mújica Laínez fue parte del premio de relato que gané en el instituto. Ah, y ahí está la edición de Borges que me firmó María Kodama en aquel curso de la Menéndez Pelayo. Cuánto se parecen a mí estos libros. Al que fui y al que soy. Sin embargo, puede que un día no muy lejano tenga que enajenar buena parte de esta biblioteca por falta de espacio. ¿Qué sucederá entonces? ¿Encontraré a alguien que los quiera comprar? Y cuando mi biblioteca se disgregue y todos estos libros acaben en librerías de viejo o en ferias del libro usado, ¿qué será de mí entonces? ¿Seguiré siendo quien soy o habré ingresado en el reino de la desmemoria, como las historias olvidadas de un viejo libro que nadie compra, que nadie quiere volver a leer?

Publicado en La Tribuna de Albacete el 24/7/2015

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