Hace unas semanas sufrimos la decepción (para
algunos) del fracaso de la candidatura olímpica de Madrid. A cambio, nos reímos
mucho con el discurso en inglés de la alcaldesa Botella, chascarrillo del año
donde los haya. Y no porque el inglés que empleó fuese malo en términos
gramaticales. El problema es que una lengua no es solo gramática, sino fundamentalmente
sonido. Y de los labios de la señora Botella no salió un sonido que no fuera
castizo cien por cien. La estulticia del contenido y los gestos de vedette
cómica con que acompañó sus palabras son otra cuestión en la que no deseo
entrar. En los chiringuitos sociales de internet ya se ha fatigado bastante la «relaxing
cup of café con leche in Plaza Mayor». Lo que a mí que me desazonó en lo más
profundo fue esa pronunciación chusca propia de alguien que no conoce la lengua
inglesa ni por el forro, y se ha aprendido de memoria lo de «let mi tel llu a
litel moooor abaut mai biutiful jom taun». Me recordó bastante a unas palabras
que el dictador Franco leyó para un noticiario cinematográfico inglés. Aunque
aquello fue en plena guerra civil y desde entonces se supone que algo hemos
avanzado. Existe también una versión de In
the Ghetto, de Elvis Presley, que el artista folclórico conocido como el
Príncipe Gitano perpetró hace años, no sabemos si por una apuesta o en serio. Y
también está la famosa versión de Aquarius
de Raphael. Pero incluso eso se puede perdonar. Lo de la alcaldesa Botella, en
cambio, me llegó al alma. Y no porque sea ella la culpable de la derrota de la
candidatura olímpica Madrid 2020, asunto que me la trae al pairo. Lo que me
dolió de verdad fue que el «guonder of espanis colchor» de la Botella puso en
evidencia el fracaso de los profesores de idiomas de este país. Mi propio
fracaso.
Aunque no me propongo entonar aquí el mea culpa. En realidad, la ignorancia en
lenguas extranjeras que caracteriza a este país no es un problema de la
ineptitud de los profesores de idiomas, sino una cuestión que hunde sus raíces
en el pasado. Durante los años eternos del franquismo se practicó una política
de Santiago y cierra España. Todo lo que oliera a extranjero era peligroso en
tanto que podía llenar la cabeza de los sumisos españoles de la posguerra de ideas
subversivas. Las películas que la censura dejaba pasar se doblaban sin
excepción, y a veces el propio doblaje servía para aplicarle un último toque de
censura a la cinta. Es famoso el caso de Mogambo,
de John Ford, en la que el doblaje convirtió a una pareja casada en hermanos, y
todo para hacer desaparecer el adulterio que Grace Kelly comete con Clark
Gable. El problema es que aquella pareja de hermanos tan acaramelados despedía
un inequívoco tufillo incestuoso.
Pasaron los años y se popularizó la televisión.
Vinieron Los intocables, Embrujada y Los invasores, y los teleespectadores españoles siguieron sin
conocer las voces originales de los actores, porque todo se doblaba al
castellano o venía ya doblado de América Latina. Y así fue como se hundió en la
ignorancia lingüística a varias generaciones de ciudadanos de este país. Por
regla general, en España se rechazan las películas o series en versión original
subtitulada. Estamos acostumbrados a que los movimientos de la boca no
coincidan con lo que oímos, y no nos parece que un señor prestándole su voz a otro
falsee en modo alguno la interpretación del actor original. Es más, quienes
insisten en ver cine en su lengua original son tachados de pedantes y
culturetas. La gran tragedia es que los chavales de hoy en día han heredado esa
actitud de sus padres, con los catastróficos efectos que cualquier profesor de
idiomas podría detallar.
En mi instituto realizamos un intercambio con un
instituto de Noruega, y no hay año en que deje de sorprenderme el nivel de
inglés de los chavales que nos visitan. No son ni más cultos ni más educados
que los nuestros, pero usan la lengua inglesa casi con la misma facilidad que
su lengua materna. Sin embargo, no resulta fácil encontrar a un alumno español
de bachillerato capaz de leer un texto en inglés de forma inteligible. Por
descartado, los que pueden mantener una conversación fluida y coherente en otro
idioma son una exigua minoría. ¿Cómo lo hacéis?, les pregunto año tras año a
los chicos noruegos. ¿Es el clima? ¿La alimentación? ¿Os mandan a Inglaterra
todos los veranos? Ellos siempre responden que es gracias a la televisión. No
hay nada que les guste tanto a los niños y adolescentes como la tele. En
Noruega no se doblan las series norteamericanas, sino que se subtitulan. A los
chavales noruegos el inglés les entra por la vena catódica. Así de fácil
Y tampoco viene mal abrir los ojos y la mente al
mundo, y tratar de tener una actitud más receptiva y menos provinciana que la
que por aquí se estila. Nos guste o no, el inglés es la lingua franca. El francés y el alemán también ayudan lo suyo a
abrirse camino en la vida. Ningún joven debe terminar sus estudios sin dominar
un par de idiomas. Hasta Ana Botella lo sabe. Por eso se arriesgó a hacer el
idiota y a hundir en el ridículo a su «biutiful jom taun», para darnos ejemplo.
Yeah.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 27/9/2013