Una de las cosas que más me molestan de nuestra
ciudad es la falta de holgura y la rigidez de nuestros horarios comerciales. Da
la impresión de que fueran los clientes los que hubieran de adaptarse a las
necesidades de los comerciantes y no al contrario. Esto no reza por los
supermercados y grandes superficies, por supuesto. Alcampo, Mercadona y El
Corte Inglés saben que muchos ciudadanos no tienen más remedio que hacer sus
compras a las tres de la tarde o a las nueve de la noche. Sin embargo, cuando
voy a trabajar por las mañanas todas las tiendas que encuentro en mi camino
están cerradas, y cuando salgo de trabajar vuelvo a encontrarlas cerradas. Por
las tardes, me veo obligado a esperar hasta las cinco o las cinco y media si
quiero hacer la más sencilla compra. Salvo si estamos en feria, claro. Entonces
más vale dejarlo correr. Mucho se habla de la crisis del pequeño y mediano
comercio, pero nadie parece dispuesto a coger el toro por los cuernos. Gran
parte de la culpa de que el público esté desertando de las tiendas del centro a
favor de las grandes superficies es de los irracionales horarios que sufrimos.
Pretendemos ser una ciudad moderna, pero seguimos sometidos a horarios
comerciales del siglo pasado.
La tarde del lunes, sin ir más lejos, salí con
intención de hacer unas pequeñas compras. Siempre he preferido el comercio de
mi barrio a las grandes superficies, por lo que me encaminé hacia una tienda de
electricidad cercana para comprar una bombilla. Estaba cerrada. Algo mosqueado,
me dirigí hacia la papelería, donde pensaba adquirir algunos útiles para el
comienzo de curso. Cerrada también. Entonces caí en la cuenta de que, a pesar
de que estábamos ya a mediados de septiembre, la Feria todavía tronaba en la
distancia, y seguramente habría incluso corrida (ya se sabe que sin toros no
hay Feria). Recuerdo que hace tiempo cerraban el comercio todas las tardes de
Feria, pero pensaba que esa costumbre ya había pasado a la historia por rancia
y absurda. Sin embargo, eran las seis de la tarde y casi todas las tiendas ante
las que pasé estaban cerradas. Entonces hice de tripas corazón, tomé el coche y
me fui a Imaginalia.
Muchas veces me he declarado partidario de la Feria,
aunque solamente sea por una cuestión de nostalgia. Pero no deja de ser un
fastidio, incluso si uno no sufre directamente sus ruidos, sus aglomeraciones y
sus botellones. Concluye el desértico agosto, en el que apenas es posible
realizar el trámite más simple o encontrar a alguien dispuesto a arreglarte un
grifo que gotea. Llega el 1 de septiembre y durante unos pocos días parece que
la vida renace y que el mundo vuelve a la normalidad. Y entonces empieza la
Feria y vuelta a empezar. La frase «para después de Feria» se ha convertido en
un tópico de nuestra ciudad. La Feria lo pospone todo. La vida se paraliza
hasta que la Feria queda desmantelada. Mientras en el resto de país se retoma
el pulso de lo cotidiano, nosotros tenemos la Feria, los comercios cierran y
todos devoramos miguelitos. Desde hace unos años, además, la Feria se solapa
con el comienzo del curso escolar, lo que resulta extraño y bastante confuso.
Ya hemos oído a la alcaldesa afirmando que, a tres días del cierre de la Puerta
de Hierro, habían visitado la Feria más de dos millones de personas. No sabemos
si tan desmesurada afirmación fue fruto del entusiasmo patriótico de la
regidora (alimentado quizás por su devoción mariana) o si tal vez le pusieron
alguna sustancia en el vaso de sidra. Lo que algunos pensamos es que esta multitudinaria
máquina de diversión no debería distorsionar de un modo tan drástico los ritmos
de una ciudad que aspira a ser moderna.
Albacete necesita su pequeño y mediano comercio. Se
ha repetido hasta la saciedad y no dejaremos de hacerlo. Nuestras tiendas y
nuestros comerciantes son el entramado sobre el que se sustenta nuestro tejido
social. Pero una ciudad de servicios, como es la nuestra, debe esforzarse para
que los servicios que se prestan en ella sean de la mejor calidad posible, y
los absurdos horarios comerciales que soportamos no contribuyen a ello. Existe
una asociación llamada ARHOE que propugna una racionalización de los horarios
en nuestro país. Afirman que nuestros horarios deberían parecerse a los del
resto de Europa, lo que nos proporcionaría más tiempo para disfrutar de la
familia y del ocio, más tiempo para el descanso. Pienso que nuestra ciudad
proporciona uno de los ejemplos más execrables de aquello contra lo que lucha
esta asociación. Nuestros horarios comerciales son desfasados y en absoluto
prácticos. La apertura del comercio a las 10 y las cuatro horas que permanece
cerrado a mediodía no facilitan precisamente la vida de los ciudadanos de
Albacete. Más bien nos anclan en el pasado y en el provincianismo, y le hacen
el juego a las grandes superficies. Nos gustan nuestras tiendas. Nos gusta la
Feria. ¿Por qué no nos lo ponen un poco más fácil?
Publicado en La Tribuna de Albacete el 20/9/2013
2 comentarios:
¿Desde hace unos años? Yo calzo 45 y de toda la vida recuerdo que el final de la Feria coincidía, al menos un par de días, con el inicio del cole.
Al margen de eso, mi experiencia con lo de las tiendas es exactamente igual: IM-PO-SI-BLE hacer una compra en AB un día de Feria por la tarde!.
Hola, Ricardo. Me refería a la Secundaria. No te puedo precisar exactamente desde cuándo, pero hasta hace unos diez años el curso en secundaria empezaba en octubre. Saludos.
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