Hace unas
semanas, en plena canícula de julio, me convocaron a una reunión para debatir
el estado de la cultura en Albacete. La idea surgió de las asociaciones de
vecinos, lo que ya de por sí supuso la primera sorpresa, porque yo pensaba que dichas
asociaciones se dedicaban mayormente a organizar esas verbenas con las que se
castiga a los vecinos en las noches de verano. Otra sorpresa fue la cantidad y
variedad de personas que acudieron a la cita. Además de los convocantes,
vinieron una veintena larga de representantes de los ámbitos culturales más
diversos: teatro, cine, literatura, diseño, danza, museos, bibliotecas,
universidad, librerías... Hasta los bailes regionales estaban representados. Superada
la sorpresa de encontrarme con una reunión tan concurrida a media tarde y con
cerca de cuarenta grados en la calle, empecé a preguntarme qué demonios hacía
en Albacete toda esa gente tan ilustre en pleno mes de julio. Realmente, algo
debe de ir muy mal en la cultura y en la sociedad en general cuando tan árido
debate recibe semejante respuesta. Me explico. A algunos nos interesa la
cultura (incluso la cultura de Albacete) pero siempre es más fácil invitar a la
gente a un aperitivo que a una mesa redonda. Y sin embargo, allí estaban mis
compañeros de reunión, disputándose la palabra para denunciar la calamitosa
situación de los movimientos culturales de nuestra ciudad, quejándose de la
ausencia de sinergias y de apoyo institucional, haciendo alarde de elocuencia y
de vehemencia, lanzando propuestas y llamadas a la acción, entregados al máximo.
Y todo ello a las seis de la tarde, en pleno julio y con un calor que derretía
los adoquines y evaporaba las ideas. A mí también me habría gustado intervenir,
porque se me había presentado como escritor y mi silencio me estaba haciendo
quedar más bien como un memo. Y eso por no hablar de la expresión de
somnolencia que se me iba acentuando poco a poco. Pero recordé el tópico aquel
de que «doctores tiene la iglesia», al que sumé otro principio que aplico con
frecuencia y buenos resultados, según el cual uno nunca se arrepiente de lo que
no ha dicho. Haciendo memoria, recordé cierta tertulia de una televisión local
en la que me invitaron a sentarme con algunas de esas mismas personas con las
que compartía reunión aquella tarde. Era a propósito del Día del Libro, tema de
por sí poco atractivo pero sobre el que yo pensaba que tenía algo que decir.
Pues bien, no me dejaron abrir el pico. Era empezar una frase y tener que
abandonarla a medio porque siempre saltaba alguien que hablaba mejor y más
fuerte que yo. Tan mal fue la cosa que mi padre me aconsejó que en lo sucesivo
me abstuviera de tertulias televisivas, pues al parecer el pobre lo había
pasado fatal viendo a su hijo hacer el ridículo. De modo que en esta reunión
preferí quedarme callado y marcharme antes de tiempo, porque más vale callarse
y que los demás sospechen que eres idiota que abrir la bocaza y sacarlos de
dudas.
Así que
me hice mutis por el foro, y lamento la descortesía, pero es que ni para decir adiós
me dejaron un hueco mis entusiastas contertulios. Pero al menos me fui con
algunas certezas que intentaré resumir como colofón. La primera fue que no
volveré a asistir a una reunión de estas características, ni en verano ni en
invierno. La segunda, que muy poco tiene en común mi humilde trabajo de
escritor con el de las personas que estaban allí reunidas. Para escribir no
hacen falta subvenciones ni apoyo institucional ni partidas presupuestarias ni
redes de teatros ni voluntad política ni nada de nada. Solamente hace falta
tiempo y tranquilidad. Y sobre todo cuidarse de asistir a reuniones
innecesarias. En cuanto a la tercera certeza, se trata de algo que sé desde
hace mucho tiempo, pero que lo que oí en aquella reunión no hizo más que
ratificar: cualquiera que sea la actividad artística o cultural que uno
cultive, el primer paso para el éxito es largarse de aquí. Lejos, muy lejos.
Y aún
hubo una cuarta certeza que sumar a las anteriores: la de las muchas ganas que
tenía de reunirme con los amigos en una terraza de la zona para ver pasar la
vida y a las muchachas minifalderas.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 16/8/2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario