La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

viernes, 16 de agosto de 2013

Cultura y calor


Hace unas semanas, en plena canícula de julio, me convocaron a una reunión para debatir el estado de la cultura en Albacete. La idea surgió de las asociaciones de vecinos, lo que ya de por sí supuso la primera sorpresa, porque yo pensaba que dichas asociaciones se dedicaban mayormente a organizar esas verbenas con las que se castiga a los vecinos en las noches de verano. Otra sorpresa fue la cantidad y variedad de personas que acudieron a la cita. Además de los convocantes, vinieron una veintena larga de representantes de los ámbitos culturales más diversos: teatro, cine, literatura, diseño, danza, museos, bibliotecas, universidad, librerías... Hasta los bailes regionales estaban representados. Superada la sorpresa de encontrarme con una reunión tan concurrida a media tarde y con cerca de cuarenta grados en la calle, empecé a preguntarme qué demonios hacía en Albacete toda esa gente tan ilustre en pleno mes de julio. Realmente, algo debe de ir muy mal en la cultura y en la sociedad en general cuando tan árido debate recibe semejante respuesta. Me explico. A algunos nos interesa la cultura (incluso la cultura de Albacete) pero siempre es más fácil invitar a la gente a un aperitivo que a una mesa redonda. Y sin embargo, allí estaban mis compañeros de reunión, disputándose la palabra para denunciar la calamitosa situación de los movimientos culturales de nuestra ciudad, quejándose de la ausencia de sinergias y de apoyo institucional, haciendo alarde de elocuencia y de vehemencia, lanzando propuestas y llamadas a la acción, entregados al máximo. Y todo ello a las seis de la tarde, en pleno julio y con un calor que derretía los adoquines y evaporaba las ideas. A mí también me habría gustado intervenir, porque se me había presentado como escritor y mi silencio me estaba haciendo quedar más bien como un memo. Y eso por no hablar de la expresión de somnolencia que se me iba acentuando poco a poco. Pero recordé el tópico aquel de que «doctores tiene la iglesia», al que sumé otro principio que aplico con frecuencia y buenos resultados, según el cual uno nunca se arrepiente de lo que no ha dicho. Haciendo memoria, recordé cierta tertulia de una televisión local en la que me invitaron a sentarme con algunas de esas mismas personas con las que compartía reunión aquella tarde. Era a propósito del Día del Libro, tema de por sí poco atractivo pero sobre el que yo pensaba que tenía algo que decir. Pues bien, no me dejaron abrir el pico. Era empezar una frase y tener que abandonarla a medio porque siempre saltaba alguien que hablaba mejor y más fuerte que yo. Tan mal fue la cosa que mi padre me aconsejó que en lo sucesivo me abstuviera de tertulias televisivas, pues al parecer el pobre lo había pasado fatal viendo a su hijo hacer el ridículo. De modo que en esta reunión preferí quedarme callado y marcharme antes de tiempo, porque más vale callarse y que los demás sospechen que eres idiota que abrir la bocaza y sacarlos de dudas.
Así que me hice mutis por el foro, y lamento la descortesía, pero es que ni para decir adiós me dejaron un hueco mis entusiastas contertulios. Pero al menos me fui con algunas certezas que intentaré resumir como colofón. La primera fue que no volveré a asistir a una reunión de estas características, ni en verano ni en invierno. La segunda, que muy poco tiene en común mi humilde trabajo de escritor con el de las personas que estaban allí reunidas. Para escribir no hacen falta subvenciones ni apoyo institucional ni partidas presupuestarias ni redes de teatros ni voluntad política ni nada de nada. Solamente hace falta tiempo y tranquilidad. Y sobre todo cuidarse de asistir a reuniones innecesarias. En cuanto a la tercera certeza, se trata de algo que sé desde hace mucho tiempo, pero que lo que oí en aquella reunión no hizo más que ratificar: cualquiera que sea la actividad artística o cultural que uno cultive, el primer paso para el éxito es largarse de aquí. Lejos, muy lejos.

Y aún hubo una cuarta certeza que sumar a las anteriores: la de las muchas ganas que tenía de reunirme con los amigos en una terraza de la zona para ver pasar la vida y a las muchachas minifalderas.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 16/8/2013

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