La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

miércoles, 14 de agosto de 2013

¿A qué huelen las nubes?


La publicidad tiene sexo. Vaya que sí. Las leyes de igualdad no afectan a los creativos publicitarios. Soberano es cosa de hombres y Évax es cosa de mujeres. No hay varón que entienda los anuncios de Évax, sobre todo si los dirige Isabel Coixet. Ningún hombre sabe a qué huelen las nubes. Sin embargo, empieza a haber un público masculino interesado en los anuncios de higiene íntima femenina. Ahora emiten uno en el que un grupo de señoritas caminan de un lado a otro con gran garbo, y de repente, como por arte de magia, se quedan todas en bragas. No sé exactamente cuál es el producto que se anuncia, pero no hay duda de que sus creadores han logrado llamar la atención de los teleespectadores varones. Hay otro spot que une al atractivo de su protagonista (la actriz Amaia Salamanca) una orientación didáctica muy digna de encomio. Gracias a ese anuncio, los hombres hemos comprendido cómo se usa un tampón de última generación. Se acabó el engorro de meter el tubito por salva sea la parte. Ahora los tampones se introducen en el puño cerrado de la forma más limpia e incruenta. Así pues, si una mañana encuentran a su pareja con los puños apretados, no se alarmen. No es que esté cabreada, sino que tiene la regla.
Otra modalidad de anuncios que sin duda se dirige al sexo femenino es el de los laxantes. En estas fechas estivales los hay de varias marcas, todos ellos protagonizados por chicas de muy buen ver. Mi perplejidad ante este fenómeno me llevó a consultárselo a mi amiga, quien me confirmó que, en efecto, las mujeres son más proclives al estreñimiento que los hombres, y que este problema se agudiza en verano por efecto de los viajes, el cambio de alimentación y otros factores asociados a las fechas que corren. La conclusión es que no existe ser humano más estreñido que una mujer de vacaciones. El estreñimiento masculino es al femenino lo que una leve diarrea a la venganza de Moctezuma. De ahí que las farmacéuticas busquen a su clientela potencial entre las señoras. Además, ¿por qué no decirlo?: ¿Se imaginan un anuncio de laxantes dirigido exclusivamente al público masculino? Ni el modelo mas glamuroso sería capaz de salir airoso de semejante trance (con la única excepción del actor Jose Coronado, tal vez).
Nunca he visto un manual para futuros publicitarios. Si lo hay, ignoro si uno de sus capítulos explica cómo anunciar productos relacionados con determinadas funciones fisiológicas sin que quede guarro. Lo que sí observo es que existen dos tácticas fundamentales para abordar el reto: la de la metáfora y la de la señorita estupenda. La primera consiste en usar determinada simbología que se refiera al producto y a su empleo, pero sin aludir jamás directamente a su función o a la parte del cuerpo donde se aloja. El puño cerrado y el flotador serían dos buenos ejemplos (sigo sin ver la relación de la menstruación con el olor de las nubes, pero esa es otra historia). Lo de usar modelos atractivas también funciona, porque la belleza femenina parece restarle sordidez a lo anunciado. ¿Qué más da que las feministas pongan el grito en el cielo? Los publicistas saben muy bien cómo vender lo que hasta hace pocos años era inconfesable. Concha Velasco nos contó lo de sus pérdidas de orina y no pasó nada. Pero ¿qué habrá sido de aquella actriz que se atrevió a reconocer que sufría sus hemorroides en silencio? Lo de Jose Coronado al fin y al cabo eran yogures, pero no me imagino yo a Elsa Pataky blandiendo un tubo de Hemoal y confesando ante sus fans que la atormentan las almorranas (aunque el dinero hace milagros, como acaba de demostrarnos la escritora Lucía Etxevarría al apuntarse a un reality show).
La publicidad nos está enseñando a perder la vergüenza y a hablar con naturalidad de las cosas que son naturales. Sin embargo, uno ya tiene sus años y no le resulta tan fácil afrontar los cambios. En fin, que la mía sigue siendo una generación pudorosa. Hace unos días, por ejemplo, al deshacer mi equipaje eché de menos un par de gayumbos por los que siento especial predilección. Lo malo es que acababa de volver de pasar unos días en casa de un matrimonio amigo. Rogué para que no hubiera ocurrido lo que me temía. Pero entonces me llegó un correo de mi amigo en el que me avisaba de que los calzoncillos habían aparecido debajo de la cama y su mujer los había lavado. Muerto de vergüenza, les transmití a ambos mis disculpas, a lo que mi amigo respondió: «No te preocupes, todos secretamos secreciones secretamente».

Pues eso: ¿A qué huelen las nubes?

Publicado en La Tribuna de Albacete el 9/8/2013

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