La
publicidad tiene sexo. Vaya que sí. Las leyes de igualdad no afectan a los
creativos publicitarios. Soberano es
cosa de hombres y Évax es cosa de
mujeres. No hay varón que entienda los anuncios de Évax, sobre todo si los dirige Isabel Coixet. Ningún hombre sabe a
qué huelen las nubes. Sin embargo, empieza a haber un público masculino
interesado en los anuncios de higiene íntima femenina. Ahora emiten uno en el
que un grupo de señoritas caminan de un lado a otro con gran garbo, y de
repente, como por arte de magia, se quedan todas en bragas. No sé exactamente
cuál es el producto que se anuncia, pero no hay duda de que sus creadores han
logrado llamar la atención de los teleespectadores varones. Hay otro spot que une al atractivo de su
protagonista (la actriz Amaia Salamanca) una orientación didáctica muy digna de
encomio. Gracias a ese anuncio, los hombres hemos comprendido cómo se usa un
tampón de última generación. Se acabó el engorro de meter el tubito por salva
sea la parte. Ahora los tampones se introducen en el puño cerrado de la forma
más limpia e incruenta. Así pues, si una mañana encuentran a su pareja con los
puños apretados, no se alarmen. No es que esté cabreada, sino que tiene la regla.
Otra
modalidad de anuncios que sin duda se dirige al sexo femenino es el de los
laxantes. En estas fechas estivales los hay de varias marcas, todos ellos
protagonizados por chicas de muy buen ver. Mi perplejidad ante este fenómeno me
llevó a consultárselo a mi amiga, quien me confirmó que, en efecto, las mujeres
son más proclives al estreñimiento que los hombres, y que este problema se
agudiza en verano por efecto de los viajes, el cambio de alimentación y otros
factores asociados a las fechas que corren. La conclusión es que no existe ser
humano más estreñido que una mujer de vacaciones. El estreñimiento masculino es
al femenino lo que una leve diarrea a la venganza de Moctezuma. De ahí que las
farmacéuticas busquen a su clientela potencial entre las señoras. Además, ¿por
qué no decirlo?: ¿Se imaginan un anuncio de laxantes dirigido exclusivamente al
público masculino? Ni el modelo mas glamuroso sería capaz de salir airoso de
semejante trance (con la única excepción del actor Jose Coronado, tal vez).
Nunca he
visto un manual para futuros publicitarios. Si lo hay, ignoro si uno de sus
capítulos explica cómo anunciar productos relacionados con determinadas
funciones fisiológicas sin que quede guarro. Lo que sí observo es que existen
dos tácticas fundamentales para abordar el reto: la de la metáfora y la de la
señorita estupenda. La primera consiste en usar determinada simbología que se
refiera al producto y a su empleo, pero sin aludir jamás directamente a su
función o a la parte del cuerpo donde se aloja. El puño cerrado y el flotador
serían dos buenos ejemplos (sigo sin ver la relación de la menstruación con el
olor de las nubes, pero esa es otra historia). Lo de usar modelos atractivas
también funciona, porque la belleza femenina parece restarle sordidez a lo
anunciado. ¿Qué más da que las feministas pongan el grito en el cielo? Los
publicistas saben muy bien cómo vender lo que hasta hace pocos años era
inconfesable. Concha Velasco nos contó lo de sus pérdidas de orina y no pasó
nada. Pero ¿qué habrá sido de aquella actriz que se atrevió a reconocer que
sufría sus hemorroides en silencio? Lo de Jose Coronado al fin y al cabo eran
yogures, pero no me imagino yo a Elsa Pataky blandiendo un tubo de Hemoal y
confesando ante sus fans que la atormentan las almorranas (aunque el dinero
hace milagros, como acaba de demostrarnos la escritora Lucía Etxevarría al
apuntarse a un reality show).
La
publicidad nos está enseñando a perder la vergüenza y a hablar con naturalidad
de las cosas que son naturales. Sin embargo, uno ya tiene sus años y no le
resulta tan fácil afrontar los cambios. En fin, que la mía sigue siendo una
generación pudorosa. Hace unos días, por ejemplo, al deshacer mi equipaje eché
de menos un par de gayumbos por los que siento especial predilección. Lo malo
es que acababa de volver de pasar unos días en casa de un matrimonio amigo.
Rogué para que no hubiera ocurrido lo que me temía. Pero entonces me llegó un correo
de mi amigo en el que me avisaba de que los calzoncillos habían aparecido
debajo de la cama y su mujer los había lavado. Muerto de vergüenza, les
transmití a ambos mis disculpas, a lo que mi amigo respondió: «No te preocupes,
todos secretamos secreciones secretamente».
Pues eso:
¿A qué huelen las nubes?
Publicado en La Tribuna de Albacete el 9/8/2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario