La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

lunes, 16 de abril de 2012

3-D


El cine en 3-D lo inventaron los griegos en el siglo V antes de Cristo. El primer cineasta griego del que tenemos noticia se llamaba Esquilo. De él se cuenta que peleó contra los persas en Maratón, y que luego se pasó el resto de su vida dando la tabarra a amigos y parientes con historias de la batallita. La idea de Esquilo resulta sorprendente por su simplicidad. Consistía en tomar cualquier historia o leyenda y representarla. Me explico: se elegía a unos tipos que tuvieran buena voz, y a cada uno de ellos se le asignaba un personaje de la trama, que se iba contando a través de sus diálogos. El efecto estereoscópico fue un descubrimiento basado en la observación, algo que a los griegos se les daba muy bien. Para lograrlo, bastaba con mirar la representación con los dos ojos abiertos de forma simultánea. De ese modo el público podía percibir la profundidad de la escena y los distintos planos en los que cada actor se movía, lo que dotaba a la obra de gran realismo. En cuanto al mecanismo neurológico que hacía esto posible, los remito a la Wikipedia, aunque tengo que advertir que yo la he mirado y no he entendido nada, y sospecho que los griegos antiguos tampoco habrían entendido gran cosa, y eso que eran listos, los condenados.

El cine en 3-D se convirtió en un espectáculo muy popular en la antigua Grecia, hasta el punto de que cada ciudad importante tenía su propio local habilitado al efecto. Los romanos enseguida copiaron el invento y lo extendieron por todo el orbe conocido. Son famosos, por ejemplo, los cines en 3-D de Sagunto y de Mérida, que todavía se utilizan. Después pasaron muchos años sin que el espectáculo decayera. Es más, cobró gran auge durante los siglos XVI y XVII. El lector estará familiarizado con cineastas en 3-D de la talla de Shakespeare, Molière o Calderón de la Barca, español este último, para que luego digan que este país siempre se queda siempre rezagado en cuestión de tecnología.

Hasta finales del siglo XIX no se pude hablar de declive. Ocurrió en 1894, cuando unos franceses tuvieron la desdichada idea de patentar un invento denominado «cinematógrafo». El ingenio no presentaba ninguna ventaja con respecto al cine en 3-D de toda la vida. Para empezar, no era posible oír a los actores. Además, la imagen era de bastante peor calidad. Las cosas y las personas se veían en distintos tonos de grises, sin asomo de su policromía original. Pero es que encima no existía el menor efecto de tridimensionalidad. Todo se veía plano y soso, igual que una foto de entonces. Y a pesar de ello, por increíble que parezca, el invento del cinematógrafo triunfó y acabó por desbancar al cine en 3-D del favor del gran público.

Aunque convertido en un espectáculo minoritario, el cine en 3-D trató de adaptarse a los nuevos tiempos eliminando lo que se conocía como «la cuarta pared», pero a los espectadores no acababa de gustarles que los actores se bajaran del escenario y se dirigieran a ellos, como los payasos de circo. Y menos que los pusieran en evidencia y quisieran hacerlos participar en la representación. Se intentó ganar adeptos con representaciones de mimo, que podían sacarse de los teatros y llevarse a las calles y los parques. Pero eso tampoco funcionó. Yo no sé a ustedes, pero a mí siempre me ocurre: cada vez que un mimo me asalta por la calle para hacerme alguna cucamona, siento el impulso irreprimible de meterle una hostia.

Por contraste, el cinematógrafo perfeccionó su técnica y se impuso cada vez con más fuerza. Primero se incorporó el sonido, luego el color y, por fin, el efecto estereoscópico. El problema es que hay que ponerse unas gafas especiales que son incómodas y dan algo de repelús, y que asistir al espectáculo cuesta una pasta, al menos en Albacete. Y encima siempre se repite idéntico, sin el menor cambio. A mí ha acabado por aburrirme, la verdad. El único consuelo es ver a Leonardo DiCaprio hundirse en las profundidades del Atlántico al final de la película Titanic. En la versión tridimensional, recién estrenada, DiCaprio se ahoga de una forma mucho más realista y convincente, lo que no deja de provocarme un secreto regocijo.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 16/4/2012

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