La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

sábado, 3 de enero de 2009

Felicitaciones

Creo que he perdido la cuenta de las felicitaciones que he recibido vía móvil o a través de internet. Tan es así que los dos o tres crismas que me han llegado por correo los he puesto en un lugar privilegiado de mi casa, como si de trofeos se tratase. Es cierto que las nuevas tecnologías nos facilitan la vida. El problema es que a veces la facilitan demasiado. Antes era necesario salir de casa, comprar las tarjetas, escribirlas, ponerles sello (previamente ensalivado) e introducirlas en un buzón. Un proceso sin duda largo y costoso, pero que todos abordábamos henchidos de generosidad y buenos deseos. Ahora basta con reenviar la última frase ingeniosa o el último powerpoint recibidos. Un simple clic nos convierte en campeones de la simpatía y la originalidad. Viva la cultura del «corta y pega».

Por cierto, ¿no piensan ustedes que el PowerPoint es una peste, un auténtico invento del maligno? En tanto que herramienta informática, fue concebido para aburrir al respetable en presentaciones, charlas y conferencias, un propósito que ha alcanzado a plena satisfacción del señor Gates. Lo que no imaginaba el bueno de Bill era la utilidad que el pueblo llano acabaría dándole a su programa. Pocas fechas antes del comienzo de las fiestas, mi amigo Alejandro Pareja envió el siguiente email a todas las direcciones de su agenda: «Estimados corresponsales, comoquiera que mi colección de vistas sobrecogedoras, monísimos cachorrillos y gatitos, hilarantes chascarrillos y profundas reflexiones sobre la vida y la muerte ya está más que completa, les ruego que me den de baja de sus listas de receptores de powerpoints no solicitados, a ser posible antes de las fiestas venideras». Seguro que la mayoría de los que recibieron este mensaje torcieron el gesto. «¡Vaya un antipático!» Yo, en cambio, lo consideré un ejemplo de coherencia ética y estética. Ojalá se me hubiera ocurrido a mí algo parecido. De ese modo tal vez habría evitado la avalancha de mensajes que han colapsado mi correo durante estas fiestas, algunos con enormes archivos adjuntos que no eran sino esos aborrecibles powerpoints ya referidos. El problema es que quienes los envían suelen ser amigos y familiares movidos por la mejor intención. Esto me disuade de borrarlos sin más, con lo que siempre acabo tragándome la cancioncilla, el idílico paisaje y las profundas reflexiones de turno. Sin ánimo de ofender a su remitente, hubo uno en concreto que me pareció particularmente irritante. El fondo musical operístico tenía un pase, pero el texto era una colección de sandeces y cursiladas de grueso calibre, con el agravante de que se las habían atribuido nada menos que a Borges. No hace falta saber mucha literatura para darse cuenta de que semejantes majaderías nunca salieron de la pluma del maestro, pero el hecho en sí constituye todo un atentado cultural, y hasta me puedo imaginar al ciego genial revolviéndose en su tumba ginebrina.

 En cuanto a esos sms que causan furor en Nochevieja, no puedo evitar sentir cierta indignación al pensar de qué modo hemos contribuido a engordar las cuentas, ya astronómicas, de Movistar y Vodafone. Máxime cuando se rumorea que las frases «ingeniosas» que componen dichos mensajes son en realidad obra de guionistas contratados ex profeso por las operadoras de telefonía móvil, un señuelo que funciona como la zanahoria del burro, a 15 céntimos la tontería enviada. Como alternativa, mi amigo el poeta Arturo Tendero propone felicitar con un haiku, que es un poemita de origen japonés que se compone tan sólo de tres versos, 17 sílabas en total, muy adecuado para no fatigar demasiado los pulgares dándole a las teclas del móvil.

Por lo demás, y a falta de la maratoniana comilona del día de Reyes en casa de mis suegros, las fiestas se están desarrollando con menos quebrantos de los previstos. Me las arreglé para sobrevivir a la entrañable cena de Nochebuena por el procedimiento de ponerle a mi madre un cedé de copla y llenar su copa repetidas veces. Con ello mi progenitora se dedicó a emular a Marifé de Triana, un mal menor comparado con las monumentales trifulcas a dúo que hemos montado en otras ocasiones. Luego cumplí el rito de volver a ver Qué bello es vivir y ofrecerles mi tributo de lagrimones a Frank Capra y Jimmy Stewart. Lo cierto es que a esas alturas la trompa era ya considerable, pero eso también forma parte de la ceremonia. En cuanto a la Nochevieja, este año la hemos celebrado al amor de la lumbre, en nuestra casita del pueblo. No voy a dejar constancia aquí de mis propósitos para el Año Nuevo, pues lo más probable es que los incumpla todos, y ponerlos por escrito no sería sino un testimonio de la volubilidad de mi carácter. Me limitaré a desearles lo mejor para este nuevo giro que el planeta acaba de emprender. Comprendo que es difícil, pero procuren llevarse bien con sus cónyuges y sus ex cónyuges, con sus padres y sus hijos, incluso con sus compañeros de trabajo. Que durante el 2009 encuentren la paz interior por el procedimiento que les resulte más llevadero. Y que los Reyes se olviden de la crisis y se porten bien con todos, hasta con los republicanos como quien firma estas líneas.

No hay comentarios: