La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

viernes, 19 de septiembre de 2008

¡Bang!



En un laboratorio de investigación de Suiza han puesto en marcha una máquina que podría provocar el fin del mundo. La noticia ha aparecido en todos los medios y ni siquiera hemos pestañeado. Será que estamos vacunados contra las catástrofes. Nos las sirven en cada comida, con tanta frecuencia y riqueza de detalles que han pasado a formar parte del menú de lo cotidiano. A las guerras, hambrunas y huracanes las llaman «catástrofes humanitarias», aunque nunca hubo nada menos humanitario que el sufrimiento y la muerte. También las hay de otro tipo, como el accidente de Barajas, que en televisión adquirió hechuras de reality show. Supimos los nombres y apellidos de las víctimas y lo que habían hecho justo antes de tomar el avión. Nos ofrecieron las declaraciones de sus vecinos y no se nos ahorró un detalle del dolor de sus familiares. ¿Para qué dejar a la gente tranquila con su pena cuando esas cosas hacen subir las audiencias? Nos engordan a base de tragedias. Estamos tan saciados de dolor ajeno que en nuestro interior apenas queda resquicio para el horror o para la compasión. Y ahora nos dicen que en Suiza van a poner en marcha una máquina que podría destruir el mundo en cuestión de segundos. ¿De verdad esperan que reaccionemos de algún modo?

Aunque les supongo al corriente, aclararé que esa máquina del fin del mundo es un acelerador de partículas que acaba de inaugurarse en el CERN, un centro de investigación nuclear que se encuentra en Ginebra. El nombre técnico del aparato es LHC, siglas en inglés de «Gran Colisionador de Hadrones». No sé muy bien qué son los hadrones y cuál es el peligro de hacerlos colisionar, pero el nombre de la maquinita no invita precisamente a la tranquilidad. De hecho, hay dos científicos (uno de ellos español) que han presentado una demanda formal para evitar que el ingenio se ponga en marcha. Ellos argumentan que las colisiones de esas partículas subatómicas (pedacitos ínfimos de nada que viajan a velocidades cercanas a la luz) podrían provocar problemas de cierta envergadura, como por ejemplo la destrucción de la Tierra, de la galaxia o del universo entero. La intención del experimento es simular las condiciones que existían justo antes del Big Bang. Su riesgo principal, que la simulación resulte demasiado precisa y, tal y como advierten los demandantes, se produzca un nuevo Big Bang que se lleve por delante todo lo que surgió del anterior. En el mejor de los casos (o «escenarios», por usar un término más propio del argot periodístico) se podrían generar micro agujeros negros cuyo efecto no sería tan devastador, pues aún tardarían algunas horas devorar todo este planeta de nuestras entretelas, para luego saciar su hambre cósmica con el resto del sistema solar. Nada como un agujero negro para tener la parcela limpia.

No sé si todo esto tiene una base real o si únicamente se trata de celos y rencillas entre científicos. Los responsables del LHC, como es lógico, afirman que esas funestas advertencias son descabelladas. Y en verdad no parece que el asunto esté desatando una ola de pánico entre la población mundial. Nos tranquiliza que hayan montado la máquina en Suiza, pues no tenemos a los suizos por un pueblo aventurero ni temerario. Si ellos no tienen miedo de que su paraíso fiscal acabe engullido por un agujero negro, ¿debemos tenerlo nosotros, que encima nos encontramos en plena crisis? El problema es que uno ha leído demasiada ciencia ficción, y la historia reúne demasiados ingredientes de los que en cualquier novela del género acaban con la extinción de la raza humana. Y hasta sirve para apoyar la teoría de los «universos sucesivos». Se produce un Big Bang y surge un universo. Y todo marcha más o menos bien hasta que unos imbéciles en un planeta perdido de una galaxia cualquiera inventan el Gran Acelerador de Hadrones y ponen la máquina en marcha. Y entonces ¡BANG! vuelta a empezar.

En el momento en que escribo estas líneas el aparato ya está funcionando, pero aún faltan algunos días para que colisionen los haces de partículas. Si están leyendo ustedes este artículo, enhorabuena. Eso significa que la humanidad se ha salvado. Si no es así, sepan que ha sido un honor estar con ustedes cada semana. Y a modo de consuelo, piensen que todo va a ocurrir de forma casi instantánea (vamos, lo que se dice a la velocidad de la luz) lo que no deja de ser un modo apetecible de irse. Algo reconforta también que no vaya a quedar nadie para ver la catástrofe humanitaria por televisión. Les deseo que entren con buen pie en el nuevo curso. O en la Eternidad.

Aparecido en La Tribuna de Albacete el 19/9/2008

1 comentario:

Juan Martínez-Tébar Giménez dijo...

Hola Eloy:
Mi blog es http://juanmtg1.blogspot.com/