La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

viernes, 26 de septiembre de 2008

Arturo se va a Jaén


Ha pasado una semana desde que lo supimos, pero la alegría nos aletea en el estómago como si acabáramos de enterarnos. Arturo Tendero, poeta de Albacete, ha ganado el Jaén de poesía, uno de los certámenes de más relumbrón del panorama literario nacional. Los escritores tenemos fama de no alegrarnos de los éxitos ajenos. Es notable la cara de tonto que se le queda a uno cuando, después del «and the winner is…», dicen el nombre de otro fulano. Si los pensamientos envenenados matasen, los ganadores del Fernando Lara y del Herralde en el 2007 habrían recibido sus galardones a título póstumo. Pero en el caso de Arturo Tendero hay que hacer una excepción. En primer lugar, porque su premio es de poesía y no de novela, lo cual lo redime hasta cierto punto. Luego, porque es mi amigo. Y uno no está tan sobrado de amigos como para ir perdiéndolos por el camino, aunque ellos cosechen los premios y tú las caras de tonto.
No sé si Arturo Tendero responde o no al patrón de poeta. A estas alturas son unos cuantos los poetas que conozco, y no consigo encontrar en ellos patrón alguno. Desde luego, sí que parece un profesor de educación física. Y eso de algún modo lo hace singular, pues tal vez sea el único poeta de la historia que ha cambiado la túnica por el chándal, y la lira por un silbato colgado del cuello. Es más, si me guardan el secreto, les contaré que quisieron llevarlo al programa Identity para posar en el panel de «extraños». Pero los tiempos están cambiando, que diría otro poeta apellidado Zimmerman, y hoy en día sobre poetas no hay nada escrito. Los hay entre los profesores, entre los arquitectos y hasta entre los trabajadores de vertederos municipales. Los hay politoxicómanos o simplemente borrachines. Gays o heteros. Incluso los hay forofos del deporte y abanderados de la salud y el ejercicio físico, como es el caso de Arturo.
Si las cuentas no me fallan, lo conocí en el año 94, cuando él vino como profesor al Bachiller Sabuco. La primera vez que hablamos fue en el parque. Hacía un día espléndido y yo me oxigenaba entre clase y clase mientras él hacía trotar a sus pupilos. Cuando su clase terminó, empezamos a charlar, y lo hicimos sobre literatura. Casi quince años después, nuestra conversación todavía continúa.
Quince años y, a mis ojos, Arturo no ha dejado de crecer como poeta y como persona. Lo he ido conociendo poco a poco, entre café y café. Lo he conocido como compañero, como hombre de familia, como amigo del alma, como hermano. Lo he conocido en sus buenos momentos y en los de más dolor, como en el trance de perder a ambos padres en el intervalo de pocos años. En cuanto a su faceta literaria, lo he visto pasar de ser un poeta desconocido a convertirse en uno de los más firmes valores de la poesía española. Y esto dista de ser el elogio exagerado de un amigo. Me basta con remitirme a su currículum. Una carrera literaria impecable labrada a base de trabajo y talento, de tozudez manchega y de disciplina espartana. Incluso en los momentos de desánimo, que son numerosos para quienes nos hemos embarcado en este viaje sin retorno de la literatura, Arturo ha apretado los dientes y ha seguido adelante. Hará seis o siete años me dijo que acababan de rechazarle un libro. Me lo contaba de pie ante uno de los grandes ventanales del Sabuco, con esa expresión tan suya de filósofo estoico. Me lo contaba porque sólo otro escritor sabe lo que duele recibir esa noticia: «Los años pasan», decía «y yo sigo sin publicar en ninguna editorial que merezca la pena». Pues bien, Arturo, los años pasan, sí, y en apenas un lustro tus poemas han sido publicados por Visor y Pre-Textos, dos de las mejores editoriales de poesía del país. Faltaba una para completar el trío de ases: Hiperión, precisamente la que va a publicar Cosas que apenas pasan, el libro con el que acabas de ganar el Premio Jaén.
Mientras escribo estas líneas aún resuena en mi memoria la música de los versos de Arturo Tendero. Él me honra con su confianza hasta el extremo de dejar a mi cuidado a su criatura recién nacida. Me ha pedido que le ayude a cazar erratas, y por eso los últimos versos de Cosas que apenas pasan todavía centellean en la pantalla de mi portátil. No soy ni un gran crítico ni un gran lector de poesía. Soy un lector cualquiera que está deseando dejarse emocionar y rara vez lo consigue. Pero Arturo lo ha conseguido, y cómo, con este libro premiado. Con sus versos limpios, nítidos, intensos. Versos que calan muy hondo y que vuelan muy alto. Versos sobre la maravilla de lo cotidiano. Sobre el asombro infinito de detenerse un instante y descubrirse vivo: «Pues ya que mi destino es ser ceniza, / que soy sólo un incendio transcurriendo, / quiero acercar mis manos a la hoguera / que forman mis propias llamas / y con razón arder, / adelantándome.»
Un libro magnífico que puede medirse con lo mejor de lo mejor. Y lo firma un poeta de Albacete. Mi amigo, el poeta Arturo Tendero.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 26/9/2008

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