La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

domingo, 10 de febrero de 2008

Un portátil para el profe


Hace un par de semanas nos honró con su presencia el presidente Barreda. Fue con motivo del Día del Maestro, y sobre la enseñanza versó su discurso en el Palacio de Congresos. Las prédicas de Barreda suelen estar tan vacías de contenido como una redacción escolar. Con todo, siempre hay una frase de efecto que se pronuncia entre pausas dramáticas y que provoca el frenesí de sus acólitos. Esta vez fue la promesa de que, antes de que termine el próximo curso, cada profesor de la región recibirá un flamante ordenador portátil a cargo de la Junta.

En un ranking de medidas demagógicas, de cosas que no solucionan nada pero que ejercen su efecto como propaganda, esto del portátil ocuparía uno de los puestos de honor. Naturalmente, fue esta la frase que al día siguiente que se abrió camino hasta los titulares de todos los periódicos. Era lo previsto, pura estrategia política, como si el resto del discurso fuera un simple envoltorio para el regalo del portátil. ¿Quién sabe? A lo mejor el presidente esperaba que los profes nos pusiéramos a dar saltos, felices como pequeñuelos en la mañana del Día de Reyes. Pero no ha sido así, al menos en mi caso. Aunque el portátil con el que tecleo estas líneas tenga la tapa sujeta con esparadrapo, prometo que mi única reacción fue ese vago cabreo que experimento cada vez que alguien quiere tomarme el pelo.

A lo mejor, lo que el presidente no sabe es que el sueldo de un profesor, sin ser generoso en exceso, nos permite comprarnos un portátil, e incluso un frigorífico o una televisión en color, y que somos muchos los que ya tenemos los deberes hechos en ese campo. ¿Acaso no fue el de los docentes uno de los primeros gremios en sentir la fascinación de las nuevas tecnologías? La informática, y más tarde internet, ha facilitado y enriquecido nuestro trabajo de un modo que no podíamos imaginar. Mientras la administración nos martirizaba con aquellos funestos cursillos sobre la reforma educativa, los profesores nos preocupamos por aprender a manejar una herramienta que sí iba a significar una auténtica reforma, incluso una revolución.

Aunque claro, no todos. Los hubo que se mantuvieron fieles a la tiza. Pero «cada maestrillo tiene su librillo», dicho sea con todo cariño y respeto. Y, a golpe de tiza y folio amarillento, muchos de estos clásicos siguieron siendo magníficos profesores, maestros en la plena acepción del término, aunque lo del Powerpoint les sonara a marca de lavadoras. Me pregunto qué podrían hacer algunos de mis compañeros de más edad con el portátil de Barreda, salvo prestárselo a sus nietos para que jueguen y chateen.

Pero lo que de verdad me irrita es que el señuelo del portátil esté funcionando, y que muchos ciudadanos hayan creído de buena fe que esa gente de Toledo sabe lo que se trae entre manos. Desde hace veinte años, no ha habido un solo gobierno, nacional o autonómico, que no haya puesto su granito de arena en el empeño de cargarse la educación en nuestro país. No necesito acudir al informe Pisa. En calidad de docente sufro a diario la tiranía de esos pequeños bárbaros que se han apoderado impunemente de las aulas (y que me perdonen los buenos alumnos, que los hay, y con lo de «buenos» no me refiero sólo a lo académico). Y ello ante la pasividad de la autoridad educativa, que se limita a sacarse de la manga «observatorios para la convivencia» que de nada sirven, o a maquillar la cruda realidad con estadísticas que tratan de refutar lo que a cualquiera le resulta evidente.

Que no se engañe el señor Barreda. No son ordenadores portátiles lo que los profesores necesitamos. Nuestro trabajo se puede realizar sin wi-fi, sin cañones y sin Powerpoint. Cualquier ayuda de la tecnología es buena, pero con chismes no se ataja la raíz del problema, por útiles que sean. Y sospecho que el Barreda lo sabe. En mi humilde opinión, la promesa del presidente es sólo un modo de desviar la atención de lo esencial, como si a los bomberos les compran GPS para que encuentren la casa en llamas y luego les niegan las mangueras y los coches cisterna. Lo urgente (y lo costoso) es emplear a más profesores, y en condiciones más dignas, para que la tarea de enseñar pueda realizarse con eficacia. Lo fundamental es legislar para resolver problemas, y no para la galería. Lo importante, y también lo menos popular, es devolverle al profesor su dignidad profesional, lo que supone tomar medidas para que en las aulas queden restauradas la autoridad, la disciplina y el respeto. Se trata de conceptos poco rentables para un político. Desde luego, es mucho más sencillo prometer portátiles.

Ahora que lo pienso, puede que acabe de quedarme sin el mío.

Aparecido en La Tribuna de Albacete el 8/2/2008

Columna: "La Ley de Murphy"


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